Ellos
tenían cafés los ojos
la boca
abierta como una iglesia
en las
manos un prado y las balas
calladas
apretadas en el corazón.
Eran
las hormigas una hilera en el viento
verdad
a medias de ojos rasgados
caminados
de ida y vuelta entre el suelo y la sangre
el
cabello airado pero crespo como un secreto a voces.
Alguien
cuidaba la lumbre y escuchaba
la
carrera de los perros y los autos.
Encima
se les venían el mar y la ola dibujados en el cuaderno de la escuela
lamento
de cuadrícula sobre los disparos al amanecer del 30 de junio.
Los murmullos
y las piedras
pisadas
con el furor de la noche en medio
de un
relámpago y el metálico ruido del casquillo
cantaban
sobrevolando mariposas y la guarida de los insectos.
A los
muchachos los mataron los soldados una noche de manos levantadas
cuando el
brazo extendido de la abuela
acurrucaba
a los niños para el cuento de las brujas
junto a
la ventana donde no se asoma el sol.
Tú
soñabas durmiendo en Nueva York con tu mano
apretando
el silencio de los días sin casa.
Llevaban
ellos el incendio en sus máscaras de pájaro
y
tenían escrita la tierra escarbada del último minuto
la
súplica musical apenas audible que da risa si uno está jugando.
Se
tocaban el corazón acomodándose la ropa
fingiendo,
fingiendo, siempre fingiendo
que era
un cempasúchil la herida, la flor
pisoteada
del cigarro aplastado contra el viento.
¿Cuál
fue la pregunta si el campo ya estaba verde
excavado
de antemano, cuando todo era el silencio y las palas
apuntaban
el camino, la vereda, el agujero injusto en medio de los árboles?
El
viento daba vueltas entre los soldados
que
levantaban la cara para no ver las duras semillas
muertos
sembrados rasgando las entrañas.
A los
muchachos los mataron los policías el 26 de septiembre del 2014
una
tarde de banderas mexicanas partidas a la mitad
y
festejos patrios de alcaldes y gobernadores.
Los
subieron a las patrullas y las bocas y los ojos
se
ahogaron en las luces de las torretas
que
fueron el mar en ese grito del agua
atrapado
entre las puertas de las casas atrancadas.
Recortado
el mar sólo quedó la luna hiena.
Esa
noche yo dormía con las puertas cerradas.
Los
bajaron al final de un camino sostenido con estacas
y
llamadas a celulares, en medio de los árboles y nada más
mirarlos
les entregaron la tierra de Ayotzinapa
el
mensaje guerrillero pero sin rostro
un
adiós de manos rotas enrollado en papel periódico.
Los
soldados miraban a las serpientes disparar entre silbidos
parados
como árboles o postes de luz
en
espera del almuerzo y las órdenes del nuevo día.
Nadie
dijo nada en ese agujero de huesos partidos
acalladas
las serpientes por el silbido. En un silbido
mientras
el sol estiraba su animalidad innombrable.
Habrá
que ver si levantaron la cara
si
miraron los árboles, el sol en la barranca
el
fuego callado apretando el corazón.
¿Cuál
era la pregunta?
¿Cuál
era la respuesta?
Por
Miguel Alvarado
Imagen:
http://revoluciontrespuntocero.com/desde-nueva-york-condenan-matanza-y-desaparicion-de-normalistas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario